El pasado 11 de mayo se cumplió el 200 aniversario de la toma de la villa de Castro Urdiales, una conquista que terminó en una execrable jornada de saqueo, quema, asesinatos indiscriminados y violaciones. Una jornada que trajo consigo la destrucción de la población y la eliminación de sus habitantes una vez rendida.
Con los franceses ya a las puertas de la ciudad, el gobernador se niega a capitular y enarbola bandera negra, por lo que comienzan los combates. Una vez tomada la ciudad, y con los restos de la guarnición y el propio gobernador puestos a salvo en barcos dispuestos a propósito, los franceses declaran a la población «rebeldes, traidores y asesinos», y los condena a muerte y saqueo a ellos y a sus hogares y bienes.
Nos lo cuenta José María Queipo de Llano, Conde de Toreno:
«Al principiar mayo (de 1813) emprendieron de nuevo los franceses el cerco de Castro-Urdiales, sirviéndose para ello de la división de Palombini y de la del general Foy procedente de Castilla la Vieja. La guarnición se preparó á rebatir los ataques, aproximándose en su auxilio fuerzas inglesas de mar que mandaba el capitán Bloye. Verificaron los enemigos su propósito, teniendo para lograrle que asediar con regularidad tan débil plaza. Los cercados hicieron sus salidas y retardaron los trabajos, pero no pudieron impedir que la flaqueza de los muros cediese pronto al constante fuego del sitiador. Aportillada brecha se halló practicable el 11 de mayo en el ángulo inmediato al convento de San Francisco. No por eso se dieron los nuestros á partido, y una y dos veces rechazaron las embestidas de los acometedores, alentando á los nuestros el brioso gobernador Don Pedro Pablo Álvarez. Duró tiempo la defensa, á la que contribuyó no poco el vecindario, hasta que, cargando gran golpe de enemigos, y entrando á escalada por otros puntos, refugiáronse los sitiados en el castillo, y desde allí fuéronse embarcando con muchos habitantes á bordo de los buques ingleses por el lado de la ermita de Santa Ana. Quedáronse en el castillo dos compañías, aguantando los acometimientos del francés sin alejarse hasta haber arrojado al agua los cañones y varios enseres. De los postreros que dejaron la orilla fue el gobernador Don Pedro Pablo Álvarez, digno de loa y prez. El historiador Vacanni allí presente dice en su narración: « La gloria de la defensa si no igualó á la del ataque (cuenta que habla boca enemiga), fue tal empero que la guarnición pudo jactarse de haber obligado al ejército sitiador á emplear muchos medios y muchas fuerzas…»
Era por tanto acreedora la población á recibir buen trato; que los bríos del adversario mas bien que venganza é ira, infundir deben admiración y respeto en un vencedor de generoso sentir. Aquí sucedió muy al revés: los invasores entraron á saco en la villa, pasaron á muchos por la espada, pusieron fuego á las casas, y ya no hubo sino lástimas y destrozos. En vano quiso impedir estos males el general Foy: los italianos dieron la señal de muerte y ruina, y no tardaron los franceses en seguir ejemplo tan inhumano».
Así, una vez tomada la ciudad, el ejército invasor se entregó a una auténtica orgía de sangre con sus habitantes. Según cuenta en 1819 Santiago Fernández, miembro de la corporación municipal, de los 563 habitantes censados perecieron 309 , incluidos 82 niñas y niños. Y de 253 casas se arrasaron 120.
Los supervivientes y sus descendientes acusarían al ex gobernador Pedro Pablo Álvarez de los males sufridos y de abandonarla a su suerte.
Para conmemorar el bicentenario de estos dramáticos hechos, un grupo de Voluntarios de Aragón nos desplazamos los pasados días 11 y 12 de mayo hasta la ciudad cántabra. Entre los actos programados, la instalación de un campamento napoleónico a orillas del mar…
El tradicional homenaje a los caídos y la recreación de los combates completaron un apretado programa en la bella población cántabra en el que los Voluntarios de Aragón se emplearon a fondo en la defensa de la localidad…