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(Esta historia es la base de la conferencia impartida por Luis Sorando el pasado día 23 de noviembre)
I. ANTECEDENTES: 1813 – 1969
La primera «Recreación» de una batalla de nuestra Guerra de la Independencia tuvo lugar en Bailén, el 28 de diciembre de 1813 , cuando según nos cuenta el Diario de Mallorca: «Partidas de tiradores figuraron la Batalla en el sitio donde se dio y a presencia del vecindario de dicho pueblo». Esta se hizo en honor del Regente del Reino, que desde Cádiz regresaba a Madrid para esperar allí llegada de “El Deseado” Fernando VII.
Pero aparte de esta noticia, que hemos incluido a modo de curiosidad, podemos decir que a excepción de algún pintor historicista y de algún director de teatro no parece ser que en la primera mitad del XIX nadie mostrase interés por los uniformes usados en tiempos pasados por nuestros ejércitos.
Fue hacia 1850 cuando cuando empezó a despertarse en Francia la nostalgia por su pasada grandeza, que conduciría a la proclamación del 2º Imperio, y es dentro de este ambiente cuando comenzaron a aparecer láminas recordando como fueron esos hermosos uniformes.
En esos días aún podía verse en París a algunos ancianos veteranos supervivientes de la Grande Armée acudiendo cada año ataviados con sus antiguos uniformes a rendir homenaje a la memoria del Emperador al pie de la columna Vendome.
Simultáneamente apareció en España un precursor y genio de nuestra uniformología: el famoso Serafín María de Sotto Aguilar, mas conocido como “El Conde Clonard”, el cual inició en 1851 la publicación de su monumental Historia Orgánica de las armas de Infantería y Caballería españolas, que culminaría en 1861 con la edición de sus muy meritorios álbumes de la caballería y la infantería española, con láminas dibujadas por Jiménez.
Lamentablemente se trató de un caso aislado, y así como en Francia empezaron a aparecer coleccionistas y asociaciones que darían lugar a publicaciones tan prestigiosas como Le Pasepoil, o Le carnet de la Sabretache, aquí no ocurrió lo mismo, teniendo que esperar hasta las vísperas del bicentenario (1908) para empezar a verse interés por la apariencia de nuestros soldados en las guerras napoleónicas.
En ese año, con el triste recuerdo de la pérdida de nuestras colonias todavía cercano, el rememorar nuestras glorias pasadas parecía muy oportuno, y así entre otras muchas conmemoraciones el Ministro de la Guerra Fernando Primo de Rivera, tío del famoso dictador, dispuso que se confeccionasen una serie de uniformes, copia de los usados durante la Guerra de la Independencia, basados en buena medida en las láminas de Clonard, completándolos con armas y algunas fornituras aún existentes en museos y almacenes. Estos uniformes fueron vestidos por los militares conserjes de la Exposición del Centenario del 2 de Mayo celebrada en Madrid, y terminada esta fueron llevados a Zaragoza para ser usados del mismo modo durante la Exposición Hispano-francesa. Posteriormente fueron depositados en el Museo de Infantería, habiendo sido expuestos en muchas ocasiones como si fuesen auténticos.
En esas mismas fechas fueron numerosas las fiestas de la nobleza, ataviados con “disfraces” de personajes de 1808, tal y como queda reflejado en la prensa de la época.
En 1910 se celebró una pequeña Recreación de la Toma de San Fernando, y en 1911, con motivo del Centenario del Sitio de Tarragona se vistió a un batallón infantil a la usanza de nuestra infantería de línea con casacas blancas, y seguro que no fue el único, pero en ningún caso tuvieron continuidad.
Un caso curioso es el de la Tamborrada de San Sebastián, desfile carnavalesco en el que desde 1881 comenzaron a verse algunos uniformes de corte “napoleónico”, pero hasta 1908 no se organizo la primera tamboreada algo mas seria, si bien seguirían teniendo un carácter puramente festivo.
Después, durante la Guerra Civil (1936-1939) la memoria de 1808 fue muy utilizada por el bando gubernamental que, en multitud de eslóganes y carteles, comparaban a los héroes del 2 de mayo con los del Madrid del «No Pasarán», y a las tropas italianas y alemanas que auxiliaron a Franco con los ejércitos invasores del Emperador, mientras que ellos bautizaban a un batallón polaco de las Brigadas Internacionales con el nombre de Palafox.
Curiosamente, el bando rebelde o nacional usaría tras su victoria estos mismos tópicos en su provecho, convirtiendo a personajes como Agustina, Palafox, Daoiz, Velarde o el tambor del Bruc en paladines de la raza y defensores de la tradición, la patria y la religión. En resumidas cuentas en esos años ambos bandos utilizaron los mismos símbolos.
En 1958 se iniciaron los actos del 150 Aniversario de la Guerra de la Independencia, y de nuevo aparecieron pequeñas unidades infantiles ataviadas “teóricamente” como vestían nuestras tropas en 1808, y así vemos un Batallón Infantil en Tarragona (1961), o una pequeña Batalla de La Coruña en 1968, pero, al igual que las de 1908, con poco rigor y sin continuidad.
Coincidiendo con esas celebraciones se creó en Barcelona (1959) la Asociación Española de Miniaturistas Militares (AEMM), que en 1960 celebraría en Gerona una gran exposición de miniaturas principalmente dedicada a la época napoleónica.
En la AEMM empezaron a ser conocidos los nombres de grandes coleccionistas como José Almirall, Ramón Soler, Pedro Hernández Pardo o Joaquín Pla D’Almau, pero junto a ellos empezaría a dibujar uniformes para su boletín un joven malagueño llamado José María Bueno, verdadero padre de nuestra uniformología, junto al ya citado Clonard.
Con esta asociación y la aparición de los soldados de plástico empezaba a popularizarse un hobby, el miniaturismo militar, hasta entonces un tanto elitista, al tiempo que siguiendo el ejemplo francés este empezaba a ser riguroso y a basarse en los estudios publicados en sus boletines.
En esos años aún no hablaba nadie de Recreación Histórica tal y como hoy la concebimos, pero su semilla empezaba a germinar y pronto ocurriría algo que daría lugar a su verdadera eclosión.
(Continuará…)