on los ecos de la pasada Recreación Histórica de los Sitios de Zaragoza del pasado mes de abril apagándose en nuestros oídos, y con el recuerdo del Acto de Conmemoración de la Batalla de las Eras (15 de junio), traemos a este blog un pequeño artículo de nuestro compañero y doctor en Historia Daniel Aquillué hace un breve repaso por este episodio tan trágico como importante para la ciudad de Zaragoza.

En 1808, Zaragoza era una ciudad que rondaba los 50.000 habitantes, más de cincuenta edificios religiosos, numerosas casas de nobles y comerciantes, una torre mudéjar inclinada -la Torre Nueva-, el Pilar con una única torre e inacabada, un barrio en la margen izquierda -el Arrabal- conectado por un único puente, con una guarnición de algo más de un centenar de fusileros, un palacio andalusí reconvertido en cuartel -La Aljafería-, unas tapias de ladrillo que no podían llamarse murallas, y rodeada de una fértil huerta, viñedos, olivares y eras.
Batalla de las Eras Sitios de ZaragozaEn mayo, llegaron las noticias de Madrid y la represión napoleónica; después la de las Abdicaciones de Bayona. El 24 de mayo de 1808, una buena parte del pueblo zaragozano estalló en un motín contra la autoridad, asaltando la Capitanía General, apresando y destituyendo al general Guillelmi (partidario de Godoy) y tomando las armas custodiadas en la Aljafería. Ningún noble quería ponerse al frente de una rebelión encabezada por labradores. Finalmente, el Tío Jorge fue a La Alfranca a buscar a José Palafox, que el 25 de mayo se vio al frente de todos los aragoneses que se habían sublevado contra Napoleón y el rey José invocando el nombre de Fernando VII.
La filosofía militar de la época llevó a Palafox a presentar batalla en campo abierto a los franceses, en Tudela, Mallén y Alagón, sufriendo derrotas estrepitosas de sus inexpertas tropas. Finalmente, el ejército napoleónico al mando de Lefebvre se presentó ante las tapias de Zaragoza el 15 de junio de 1808. Pensaba que una ciudad sin apenas militares y sin fortificaciones caería al primer disparo de cañón. Algo similar pensó Palafox, que abandonó la ciudad. Sin embargo, la ciudad -la población civil, con activa participación de mujeres, clérigos y algunos militares- resistió el ataque, dejando más de 700 bajas francesas en las Eras del Rey (actual Pª María Agustín). A partir de ahí comenzó el Primer Sitio, el cual se prolongó hasta el 14 de agosto de 1808, cuando tras la batalla de Bailén, las tropas napoleónicas se retiraron. El momento crucial fue el 4 de agosto, cuando en un asalto masivo, los soldados franceses llegaron hasta el Coso. A pesar del pánico inicial (una multitud intentó huir por el Puente), la población resistió erigiendo barricadas en las callejuelas colindantes al Coso, que se convirtió en línea de batalla durante los diez días siguientes. Eso rompió toda lógica de la guerra tal y como se concebía en la época: los civiles eran el núcleo de la defensa, la ciudad no capitulaba tras la caída de su perímetro defensivo, se combatía calle a calle.
Ruinas de ZaragozaEn el verano de 1808 los españoles levantados en armas creyeron que la victoria ante Napoleón era inminente. Sin embargo, los franceses volvieron. La Grande Armée con el mismísimo Napoleón al frente cruzó los Pirineos, venciendo sucesivamente. Palafox y Castaños fueron estrepitosamente derrotados en Tudela, en noviembre de 1808. Un mes después, 50.000 soldados y 151 piezas de artillería napoleónicas volvían a sitiar Zaragoza, comenzaba el Segundo Sitio (20 de diciembre de 1808-21 de febrero de 1809). Este se desarrolló en pleno en invierno, habiéndose concentrado en la ciudad una gran masa de población: sus habitantes, refugiados de los pueblos de los alrededores, y 31.000 soldados. Eso fue letal. Los reductos exteriores y el perímetro defensivo cayeron en la segunda quincena de enero. A partir de entonces, el mariscal Jean Lannes intentó minimizar bajas ante una guerra inaudita y terrible, una guerra a muerte, en la que la población se defendía casa a casa. La epidemia de tifus, los bombardeos (dispararon 35.000 proyectiles) y la brutal guerra de minas que amenazaba con no dejar ladrillo sobre ladrillo acabaron por forzar la capitulación de la ciudad, pues desde el exterior no hubo ayuda posible. El panorama era dantesco a la entrada de los franceses. Ruinas y más de 6.000 cadáveres que acabaron sepultados en una fosa en la arboleda de Macanaz.
Inmediatamente, esta resistencia zaragozana fue convertida en mito, por españoles, franceses, polacos, ingleses y americanos. Los fenómenos de nacionalismo, liberalismo, romanticismo, de literatura de memorias contribuyeron a ello a lo largo del siglo XIX. Alcalde Ibieca, Belmas, Lejeune, Vaughan, Toreno… fueron algunos de los escritores que heroizaron aquellos Sitios.

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